martes, 23 de noviembre de 2010

Harry Potter y las reliquias de la muerte: Parte 1




Harry Potter y sus amigos, Ron Weasley y Hermione Granger , en Hogwarts, la Orden del fénix, saben que la única esperanza es encontrar y destruir los Horrocruxes antes de que Voldemort recupera plenamente sus poderes al matar a Harry. A través de un escapada mágica encubierta, que consiste en encubrir a Harry con otros "Harry", resultado de la poción multijugos tomada por sus amigos, lo llevan a La madriguera que está a salvo de ataques mágicos.

El Ministro de Magia, Rufus scrimgeour, visita La Madriguera e informa que Dumbledore habia dejado un testamento. Ron recibe el Desiluminador, Hermione una copia personal de Los cuentos de Beedle el bardo, y Harry la snitch de su primer partido de Quidditch. La espada de Gryffindor también fue dejada para Harry, pero Scrimgeour explica que el objeto ha desaparecido.
Después de escapar de un ataque de los mortífagos en la boda de Bill y Fleur, Harry, Ron y Hermione se refugian en el número 12 de Grimmauld Place donde se encuentran escondidos Kreacher y se dan cuenta que R.A.B. es Regulus Arcturus Black. Harry y sus amigos descubren que el guardapelo de Salazar Slytherin está en el ministerio de magia. Irrumpen en el Ministerio, recuperan el guardapelo de la posesión de Umbridge, y se desaparecen en un bosque. Intentan destruir el guardapelo, pero resulta indestructible, por lo que son obligados a tomar turnos para llevarlo colgado, a pesar de transmitir un efecto negativo, iracundo y estresante en quién se la pone, especialmente en Ron. Superado por la sospecha de que Harry y Hermione son cada vez más que amigos y la ira del guardapelo, Ron sale del grupo, dejando a Hermione angustiada. se encuentra realmente en el

Harry y Hermione tratan de encontrar a Bathilda Bagshot en una visita al valle de Godric, un historiadora mágica que piensan que será capaz de ayudar, pero son atacados por Nagini, la serpiente de lord Voldemort, que había usado el descompuesto cuerpo de Bagshot como un disfraz. En su huida de Nagini, la varita de Harry se rompe y Hermione lograr identificar a un joven visto en una visión de Harry como un Gellert Grindelwald.

Harry descubre la Espada de Gryffindor en el fondo de un estanque helado. En un intento de coger la espada, el guardapelo lo ahoga, pero Ron aparece repentinamente y lo salva. Harry convence a Ron para tratar de destruir el Horrocrux con la espada. Cuando Harry la utilizó en su segundo año en Hogwarts para matar al basilisco que vivía en la Cámara de los secretos, éste estaba impregnado de veneno del basilisco, una de las pocas cosas que pueden destruir Horrocruxes. El Horrocrux, sin embargo, trata de protegerse y muestra los temores más profundos de Ron. Enojado ataca el guardapelo con la espada, destruyéndolo. Luego, planean visitar Xenophilius Lovegood para averiguar algo sobre el símbolo que tanto les llama la atención.

En la casa Lovegood, el señor Lovegood les dice que el símbolo que han estado viendo representa las Reliquias de la muerte. Él les enseña acerca de las Reliquias: La varita de saúco, la Piedra De La Resurrección y la capa de invisibilidad. Para entender más el cuento, Hermione lee La fábula de los tres hermanos del libro que Dumbledore le dejo en el testamento. Estos hermanos poseían los objetos, y se cree que han sido los tres hermanos Peverell, visto en el cementerio del Valle de Godric. Cuando el grupo intenta salir, el señor Lovegood revela que los mortífagos han secuestrado a Luna, y debe entregarlos a los mortífagos para poder volver verla. Los mortífagos llegan, pero los tres adolescentes logran desapecerse en un bosque, donde un grupo de carroñeros están esperando para capturarlos y llevarlos a la Mansión Malfoy. Harry tiene otra visión y ve a Voldemort encontrar Grindelwald. Grindelwald le dice que tuvo un duelo hace años con Dumbledore y como resultado es el dueño de la Varita.

En la Mansión Malfoy, Bellatrix Lestrange ve la espada de Gryffindor, que ella cree que reside en su bóveda en el Banco Gringotts. Encarcela a Harry y Ron en el sótano, donde se encuentran a Luna, el fabricante de varitas Ollivander y Griphook, el duende de Gringotts. Por su parte, Lestrange tortura a Hermione tallando sobre su carne «sangre sucia»

Más tarde, Voldemort abre la tumba de Dumbledore y toma la Varita de Saúco.

martes, 16 de noviembre de 2010

El cuervo - Edgar Allan Poe (Boston, 1809 - Baltimore, 1849)

Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos.  Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!

De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!


El niño loco - Federico García Lorca.

Yo decía: "Tarde"
Pero no era así.
La tarde era otra cosa
que ya se había marchado.
(Y la luz encogía
sus hombros como una niña.)
"Tarde" ¡Pero es inútil!
Ésta es falsa, ésta tiene
media luna de plomo.
La otra no vendrá nunca.
(Y la luz como la ven todos,
jugaba a la estatua con el niño loco.)
Aquélla era pequeña
y comía granadas.
Esta es grandota y verde, yo no puedo
tomarla en brazos ni vestirla.
¿No vendrá? ¿Cómo era?
(Y la luz que se iba dió una broma.
Separó al niño loco de su sombra.)